La villa de Muxía nace de la autorización de los monjes del monasterio de Moraime (s. XI), pero poco a poco va cogiendo autonomía y vida propia aprovechando al máximo el recurso más próximo: el mar.
Las primeras casas de este pueblo marinero se instalaron al abrigo del monte Corpiño y cerca de la playa de las Lanchas para protegerse de los vientos, sobre todo del viento del noreste que pasa impasible por esta península.
Moraime, el monasterio del mar
El recinto en el que se encuentra la iglesia de Moraime, como nos cuenta el antropólogo Manuel Vilar, estuvo habitado desde la Edad de Bronce, época de la que se conserva una túmulo. La primera etapa de esplendor llega durante el asentamiento romano, lo que pudo ser una villa. Su óptima situación al lado del mar, pero protegida de él, y no muy visible desde la costa para evitar los ataques enemigos, favoreció el desarrollo de un centro comercial importante debido también a unas buenas comunicaciones marítimas.
Tras el paso de un pueblo germánico, una congregación benedictina ejerció el poder jurisdiccional desde Moraime entre los siglos XI y XIII y sobre la Tierra de Nemancos (que abarca desde Fisterra a Vimianzo). Además de autorizar la ocupación de la que sería la villa de Muxía, “los monjes deciden crear el santuario de A Barca y la leyenda para darle prestigio al territorio que ellos estaban controlando”, asegura Vilar Álvarez que también es autor del estudio Moraime. El tesoro escondido de la Costa da Morte.